La palabra emprendimiento se ha convertido en la protagonista del momento actual. Una palabra que, de tanto usarla, cansa hasta el punto de que su siginificado queda distorsionado.
Y como tantas veces, la educación no ha quedado al margen. Programas educativos para fomentarla, metodologías para aplicar, diversidad de recursos didácticos ... ha transformado el emprendimiento en el contenido estrella de la nueva reforma.
La educación tiene como objetivo formar personas que puedan vivir en sociedad, personas completas y no sólo buenos y buenas profesionales. Es por ello, que, aparte de otras consideraciones, hablar de emprendimiento sólo o sobre todo como habilidad empresarial, reduce la educación a un instrumento al servicio del mundo laboral. La educación debe preparar para la vida y no sólo para una u otra profesión.
Sin embargo si imaginamos cómo debe ser esta preparación para la vida de mañana, enseguida nos damos cuenta, que estos niños y jóvenes de hoy, adultos del mañana, tendrán que huir de la pasividad, de la docilidad y de la apatía. Y todo esto sí se puede aprender a través de metodologías que enseñen a emprender. Pero una emprendimiento entendida como la virtud del ser y no del tener, como una manera de afrontar la vida, con iniciativa y haciéndose responsables y actores de su propio futuro.
Educar en el emprendimiento significa formar personas más autónomas, con más iniciativa, más flexibles y creativas. Y para ello se necesitan metodologías que enseñen a pensar ya buscar sortear a las dificultades, métodos que promuevan su fortaleza emocional y los haga más resitentes a la frustraciones. Y todo esto, claro, mientras trabajamos los contenidos curriculares. La competencia de emprender no sustituye ningún contenido, pero los complementa de forma extraordinaria.
Pero posiblemente lo que más y mejor educación del emprendimiento es el ejemplo. Si queremos alumnos más emprendedores, la comunidad educativa que la acompaña deberá ser más emprendedora.